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cojan cada uno su zapato que nos vamos a sumergir en "Cenicienta en Otoño", donde podréis leer y comentar
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se ajuste a vuestro nuevo modelo de Cenis.

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28 noviembre 2009

La Cenicienta que se escapó

Y ha llegado la hora de crear nuestro propio cuento, cada uno en función de su personalidad ha de reescribir el cuento con su versión. Algunos resultados pueden ser predecibles y otros llamar mucho la atención, pero como ya sabemos todos somos diferentes y nuestras historias no serán para menos.

Pues bien, yo me he puesto en el lugar de Cenicienta y he reescrito el cuento porque hay cosas por las que yo no paso... Y aquí empieza mi historia, la cenicienta Flashe-hada, jijiji...

Había una vez una joven muy bella, simpática cuya madre había muerto cuando ella aún era pequeña. Su padre se esmeraba en darle todos los cuidados y educarla… Pero como eran muy pobres y tenía que trabajar todo el día, apenas tenía tiempo de atenderla. Su padre se esmeraba en darle todos los cuidados y educarla… Un día el padre preguntó a su hija: - Hijita ¿Te gustaría tener una mamá que te cuidase? - Bueno papá, para mi no va a existir más madre que la mía, pero si es lo que tu quieres, yo solo quiero que tu seas feliz… - exclamó entusiasmada la niña. Y así fue como el padre de aquella dulce joven decidió casarse de nuevo. La nueva esposa que también era viuda tenía dos hijas. “Las tres niñas crecerán juntas y serán buenas amigas.” pensó el padre. Pero la madrastra que era una mujer sin corazón no pensaba lo mismo. A sus hijas las cuidaba y las mimaba pero a su hijastra la obligaba a hacer todo tipo de tareas del hogar como limpiar la chimenea. Por eso, no es casualidad que a aquella pobre niña la llamasen “Cenicienta” pues todo el día andaba manchada de ceniza.
Un día, el Rey pensó que ya era hora de que su hijo, el Príncipe, buscara una moza y empezara su propia vida sin papá y mamá. “De este modo el día que herede el trono mis súbditos tendrán un rey y una reina”. Y tuvo una idea brillante. “Haré una gran fiesta en el palacio e invitaré a todas las niñas casaderas del reino” Y tomando una pluma de ganso el Rey escribió la invitación con su mejor letra. Los heraldos del Rey anunciándose con trompetas de cornetas y clarines, recorrieron todo el reino. Por todos los lados, en los valles y las montañas, aún en los pueblos más lejanos y pequeños, se oyó el mismo bando: “El primer sábado del mes próximo al anochecer todas las muchachas casaderas del reino están invitadas a asistir a una gran fiesta en palacio”.
Así llegó la noticia a oídos de la madrastra quien de inmediato ordenó a sus hijas que preparasen sus mejores ropas y alhajas. Al mismo tiempo le dijo a Cenicienta: - Tú no irás, te quedarás en casa, fregando el suelo, lavando los platos y limpiando la chimenea... y yo pensé: porqué paso un huevo de este baile de mierda, porqué si no, rajo por la mitad a la zorra de mi madrastra y me voy a bailar ¡Vaya que si voy!... ¡Ah! Y lo de fregar y tal, que lo haga tu puta madre.


Las hijas de la madrastra aplaudieron y saltaron de alegría. Pero Cenicienta hizo un esfuerzo para no echarse a llorar. Finalmente llegó el tan esperado sábado del baile. Al anochecer, vestidas con sus mejores galas, las hijas de la madrastra partieron rumbo al palacio del Rey. Cuando se encontró sola, Cenicienta no pudo reprimir su llanto. “¿¡Porqué seré tan desdichada!?” exclamó, “¿¡Porqué este triste destino!?” ¿triste destino? Yo no tengo “destino”. Mi futuro es el que yo decido. Trabajando y esforzándome saldré de este agujero. No me voy a parar a pensar porqué nací aquí cuando tantos nacen en Etiopía. y se encamino hacia la chimenea para limpiar las cenizas y reavivar el fuego. De pronto, de entre las llamas, se desprendió un resplandor más luminoso que el fuego. “No te preocupes Cenicienta” se oyó una voz: “Tú también irás al baile”… Cenicienta se restregó los ojos creyendo que soñaba. Pero no, no era un sueño, ante ella una mujer de dulce rostro y tierna voz esgrimía una varita mágica. “¿Quien eres?” Preguntó Cenicienta “Todos los seres de buen corazón tienen una hada madrina.” respondió con voz muy dulce aquella extraña mujer. ¿Hada madrina? y ¡qué más! No hay hadas madrinas, ni centauros, ni ovnis, lo que hay es una falta de sentido común que estropea vidas enteras. Me lavaré y me vestiré lo mejor que pueda, seré yo, y se le gusto a ese hombre, bien, y, si no, también. ¡Ah! Y en la vida me voy a poner unos peligrosos zapatos de cristal, seguro que hay cuatro normativas europeas de seguridad en el trabajo que los prohíben… “Yo soy la tuya”… Entonces el hada rozó con su varita la vieja ropa de la muchacha y en abrir y cerrar de ojos, Cenicienta se vio cubierta de tules, sedas y terciopelos, al tiempo que un collar de piedras preciosas rodaba su cuello. La joven retrocedió sorprendida y oyó un tintineo: Sus pies lucían unos bellísimos zapatitos de cristal. “Solo te falta el carruaje” dijo el hada. Salió al huerto, tocó con su varita una calabaza y en menos de un suspiro surgió un elegante carruaje tirado por briosos corceles. En el pescante, un sonriente cochero le hizo señas a Cenicienta para que subiese...Pues no lo tenía previsto. Yo iba a conocer al Príncipe, pero nunca se sabe, he aprendido física quántica y sé que hay muchas posibilidades. Quizá el Príncipe es un zoquete maleducado y este cochero que no terminó bachillerato resulta más inteligente y tratable. Igual hasta es suave. ¡Organización! Iré a palacio a ver que tal y, como que tengo que regresar a las doce, en el trayecto de vuelta puedo ver si este señor y yo congeniamos…

“¡Espera Cenicienta!” la detuvo el hada. “No te olvides: Debes regresar antes de media noche porqué, a esa hora, la magia desaparecerá.”

La llegada de Cenicienta al palacio despertó un murmullo de admiración. “¿Quien es?” Se preguntaron todos incluso sus hermanastras: “¿Quien es?” Pero quien más se formuló esa pregunta fue el Príncipe que quedó prendado de la belleza de la muchacha. Pues espero que lo que le haya gustado de mí no sea algo tan efímero como la belleza. Espero que le guste mi forma de pensar y de actuar. Pero ¡buf!, que alivio que por fin me guste alguien de verdad… A partir de ese instante el Príncipe y Cenicienta no dejaron de bailar juntos. En medio del giro de un hermosísimo vals sonaron las campanadas de la medianoche. Cenicienta comenzó a contarlas. “¡Ah! ¡Van a ser las doce!” Se sobresaltó la muchacha desprendiéndose del Príncipe. “¡Ah! No te vayas por favor, no te vayas…” rogó el hijo del Rey, pero Cenicienta escapó a la carrera. Procurando ser más rápida que el reloj, Cenicienta descendió como una exhalación por las escaleras: “¡Ah… He perdido uno de los zapatitos!”… pero sin tiempo de volver sobre sus pasos, Cenicienta se metió en el carruaje.
Al partir, alcanzó a ver como el príncipe se quedaba pensando esta mujer me gusta, es agradable, culta, bonita, tímida. ¡Tengo que encontrarla! Hace tiempo que nadie me impresionaba así, quiero conocerla mejor…
Esa misma noche, desesperado, el Príncipe fue a la cámara real y habló con el Rey. “Padre –le dijo- estoy enamorado, he encontrado a la mujer de mis sueños, pero…” “¿Pero qué?” se sorprendió el Rey “También la he perdido…” “¿Quien es?” “No lo sé…” Y le contó como había sucedido todo. “¡No desesperes! En tantos años de gobierno algo he aprendido”. Al día siguiente el Rey volvió ha coger su larga pluma de ganso y redactó un nuevo bando. Los heraldos recorrieron otra vez el reino. “Por orden del Rey todas las doncellas del reino deberán probarse un zapatito de cristal. Quien pueda calzarlo se casará con el Príncipe y será la futura Reina de este país”. De inmediato la madrastra ordenó a sus hijas: “¡Como sea, a la fuerza, aunque os duela, una de vosotras deberá calzarse el dichoso zapatito!” Así fue como, zapatito en mano, el Príncipe y sus consejeros llegaron a casa de Cenicienta: - ¡Tu, vete a limpiar la chimenea! – le dijo la madrastra a Cenicienta… “En cuento a vosotras hijas… ¡ya sabéis!” Fue inútil. Por mucho que se esforzaban por hacer coincidir su pié con el zapatito, a una le quedaba muy grande y a la otra muy pequeño. Cuando comprobaron que el zapatito de cristal calzaba perfectamente en el pié de Cenicienta, todos se sorprendieron. Todos, menos el Príncipe. A mi me lo había dicho la cabeza...
Cenicienta y el Príncipe no tardaron en bailar juntos un nuevo vals. Esta vez fue en el baile de su noche de bodas. Los habitantes del reino celebraron que una muchacha tan humilde pudiese algún día ser Reina. Con el tiempo, hasta la madrastra y sus hijas olvidaron su envidia. Y aunque el reloj de palacio marca todas las noches las doce campanadas los giros del vals continúan. La magia se ha hecho realidad… Pues me lo voy a pensar antes de casarme con alguien que no conozco. Creo que sí, que acabaré casándome con él y seré feliz, y le haré feliz, pero prefiero tener un tiempo…

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